Cuestiones de mudanza.



Perdona este desastre. Como sabes ando de mudanza. Pasa y siéntate donde mejor veas pero ten cuidado con esos cuadernos que hay en el sofá; son las memorias de mis últimas 500 noches y reconozco que de bastante más de 19 días. No te aconsejo que las mires...aún menos si estás a falta de tiempo para crucigramas. Que no te asusten aquellos bultos tapados de la esquina, son simples montículos de recuerdos que prefiero no tener que ver...así me ahorro la mano de obra en fantasmas del pasado.

Siento la descortesía, no te he ofrecido nada de beber. Vino no me queda. Tampoco copas. Las rompí todas la noche en que se fue y me dejó con la mesa puesta, consumiéndome como si yo fuera la vela que le faltaba a aquella cena y bebiendo a morro de una botella de tinto. No me mires así que dejé de beber quince días después. -Ten, toma una cerveza que así no tengo que fregar-. Eso sí, aún no he conseguido dejar el tabaco. Ya sé que fumar mata pero me aferro a la idea de que los cigarrillos, en parte, son como las personas: en cuanto uno se consume otro le reemplaza y así...paquete a paquete o polvo a polvo que lo mismo da.



No pises por allí que hay cristales. Fíjate, aquel reloj de arena que le regalé ya no cuenta minutos. Aunque, en realidad, para mi sumaba anécdotas. ¿Para qué iba a querer yo un reloj que detallara el tiempo? Ya, ya sé que es aquello de lo que estamos hechos y que también es lo que más perdemos esperando a que éste se detenga. Sí, eso mismo: tiempo. En fin, como ves, ya dejó de contar y con él...también lo hice yo.

-Trae, dame un trago amargo que a mi ya me sabe dulce-. ¿Has traído los cubos de pintura? Sigo diciendo que no es necesario que te encargues tú de la reforma de mi nueva etapa casa. Me da miedo que puedas dejar parches de optimismo en mi pared de rayadas. A ver, que no es que no confíe en ti pero entiende que después de lo invertido no puedo permitirme el lujo de que todo se venga de nuevo abajo. Ya no me quedan cajas para más desastres. Éstas eran las últimas.

Es hora de que otra persona disfrute de estos tabiques. Quizá tenga más suerte que yo... Aunque, siendo sincera, me da lo mismo cómo le vaya al nuevo inquilino. Por mi parte me voy tranquila: dejo pagadas las facturas de luz (demasiado tiempo a oscuras), de agua (bebiéndome mis lágrimas) y de gas (arropándome con una manta tejida de recuerdos).

Podemos irnos ya; tan solo dame un segundo. Antes de salir quiero dejar la ventana un poco abierta para que entre corriente. Que se vaya este olor a angustia. Que se descargue el ambiente. Que entre aire fresco. Que se lo lleve todo.


Sosufer.

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